…Ese
indescriptible no sé qué que ni es vista ni aroma ni el modo en como están colocadas
las cosas y se mueven y suceden, y sin embargo contiene todo esto a la vez y le
añade una sensación, una vibración vivida y una especie de perfume sensual que
hace que el lugar y el momento vengan a abrir las fibras más ocultas del ser,
esa ola viva del pasado y del presente arrollados en uno solo…
(Fragmento del Corazón
de Piedra Verde, Autor Salvador Madariaga)
Era una mañana de
domingo de la ultima semana del mes de febrero, cuando Lupita, percibió un olor, estaba en misa y al lado de ella estaba un señor de edad
avanzada limpiándose la nariz de forma escandalosa con un pañuelo de tela azul,
cerro los ojos, respiro profundo y ese olor y ese sonido la llevaron a otro
lugar, recordó momentos de su infancia, cuando Él vivía. Recordó esa mañana de sábado
cuando llego a jugar a su casa, con sus
hijas. Estaban sirviendo el desayuno y le ofrecieron un hígado de pollo, a la mesa solo había servidos
4 lugares, pues la cocina era muy pequeña; así que ella y la menor de sus hijas
se sentaron en las sillas altas y usaron de mesa el desayunador.
Sin ningún tipo
de modales o cortesía Él limpio su nariz
expulsando gran cantidad de moco, sobre una servilleta de papel, que término
remojada, abultada, escurrida e inservible para otra sonada; los comentarios y
gran cantidad de “IUGHHHS” no se hicieron esperar.
L a mayor de las
hijas dijo:
-- Papà, estamos
comiendo, ¿Por qué eres tan asqueroso y mal educado? Se me ha quitado el
hambre, que asco ser hombre; dicho eso, dejo su desayuno y subió a su habitación
a ver la tele.
La esposa, que
estaba sentada en el otro extremo de la mesa de frente a él y muy cerca de la
estufa, solo hizo una reprimenda con la mirada un gesto exagerado entre repulsión,
asco y un poco de reproche, siguió calentando las tortillas y después de unos minutos siguió comiendo en
silencio. La mujer para nada era sumisa, solo que ya le daba igual lo que
pasara, estaba arta de él, de su matrimonio, de no ser nada en la vida. Mas que
una mujer obesa, interesada, la vergüenza de la familia por casarse con Él.
La segunda hija,
gorda, blanca y cabello rubio, se sirvió el desayuno de la hermana y lo devoro,
como si no hubiera acabado de comer su porción. Tenia doce años y su
imagen regordeta y “llena de vida” la aplaudían en todas la reuniones
familiares de su madre. Solo los presentes en esa mañana sabían que padecía de
incontinencia nocturna, aun así solo podía bañarse cada 3 dia, no por falta de
recursos, solo por que era tan obstinada que no quería, hacerlo diario. Su olor
era algo desagradable, como una mezcla entre humedad de bosque, caramelos
rancios, perfume barato y orines
La menor de las
hijas sentada con Lupita, emitió una risa escandalosa y vulgar, aun para su corta edad, era una persona fastidiosa incomoda
de ver, escuchar y entender, tenia el frenillo lingual corto y cada que
hablaba, era como si vomitara las palabras, aun cuando la forma correcta de
decir frijoles era esa: FRIJOLES ella pronunciaba “Fijodes” y estaba prohibido reír
o corregirla, pues se propiciaría un berrinche de magnitudes inimaginables.
Lupita no sabia
por que aquel olor y aquel sonido le habían traído esos recuerdos, desde su muerte no había pensado
en Él, ni siquiera lloro cuando murió,
no sintió tristeza, pero ese olor, le removió muchas cosas, ese olor le recordó
que eran cómplices cada que ella lo veía
salir de su casa, para escaparse a la tienda a beber con sus amigos, recordó que
cuando solo compraban pan para las hijas Él le compraba un polvorón de 3
colores. Recuerdos que se confunden y se combinan, con esos olores de su casa,
de sus hijas, el día en el funeral, con la familia dividida, las hijas que
fueron sus amigas en la infancia ahora escatimando todos los gastos, quitando
listones de las coronas de flores y poniendo sus nombres, como para hacer ver,
que ellas lo querían mas.
En un momento, Lupita
rompió en llanto, por no haber llorado ese día, lloro al recordar a su madre,
sentada fuera del baño de la funeraria, lamentándose por no haber salvado al
menor de sus hermanos, compañero de tantas aventuras, contador de tantos
chistes su sangre y carne, el reclamoso, el inconforme, el más inquieto de
todos los hermanos, el que más se equivoco al casarse con esa mujer, al que sin
importar sus errores, ya no estaba ahí, el que en esa cama de hospital le agradeció
el ultimo mes de cuidados intensos, le agradecía haber aguantado a sus hijas, llenas de
envidia y en la expectativa de su pensión, la casa y la herencia. Le agradeció en
una mirada todos los esfuerzos y le sonrió como diciendo que se iba en paz.
Sin embargo la Mamá
de Lupita solo atino a decir: allá nos vemos, te amo hermanito.
Lupita no supo
bien que había sido, al Salir de la iglesia, solo olía a humedad de bosque y orines
de perro…